No era solo el silencio oscuro de una ciudad queriendo despertar a media mañana...
No era tampoco el hecho de explorar territorios desconocidos, tan diferentes como una terminal de aeropuerto puede ser en distintas partes del mundo...
Ni siquiera el hecho de que me había atrevido a "cruzar el charco" por primera vez en mi vida, dejando atrás trabajo, escuela, familia, amigos y preocupaciones, aunque fuera sólo por 10 días (o sea, una eternidad)...
Era el hecho de que volvería a verte! Seis meses habían pasado desde aquella última vez que no había habido una pantalla separando nuestros rostros o una bocina separando nuestras voces, y sin embargo cada día podía sentirte en sueños y en fantasías, de esas que tiene uno cuando está despierto, distraído, enamorado...
Cuando me bajé del avión, quise concentrarme: absorber cada sencillo detalle de la nueva cultura con la que me encontraba cara a cara, y, sin embargo, mi hipocampo no dejaba de mostrarme tu imagen. Poco a poco, retomaba mi concentración: ¿qué diferencias tiene el inglés de los irlandeses con el de los británicos?, ¿de dónde surge el gaélico?, ¿por qué es tan importante St. Patrick?, ¿por qué el shamrock es la planta nacional de Irlanda?...
¿Cómo te verás en vivo y en directo después de 6 meses...?
Existía en mí un miedo natural por no haberte visto en tanto tiempo. ¿Cómo podrías seguir interesada en mí, un hombre común y corriente como hay miles en todo el mundo e incluso los hay más cercanos a ti? Comenzó a invadirme la frustrante duda: ¿había tomado la decisión correcta en haber venido a visitarte?
Sin darme cuenta, ya había cruzado todos los checkpoints de seguridad que había que pasar y ya hasta tenía mis maletas en la mano. Aparentemente, mi cuerpo y mi inconsciencia ya habían decidido por mí: verte era más importante que pensar incluso.
Finalmente crucé la puerta del aeropuerto. Mi mente te imaginaba en cada persona que se encontraba en la sala de llegadas del aeropuerto. No estuve lejos de querer ir a saludar a cada una de ellas, con la emoción de encontrar sus caras llenas de esperanza y ansiedad. Y fue ahí cuando apareciste: mi corazón dio un brinco. Probablemente, mi corazón te vio primero que mis ojos, porque sentí como mi pecho se aceleraba y se estremecía por dentro, tratando de jalar mi cuerpo hacia donde estabas. Fue por eso que voltée hacia tus ojos, que me mostraron el calor de hogar y que mis labios buscaron en los tuyos la felicidad de la que habían carecido por lo que ya parecía una eternidad.
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